martes, marzo 10, 2009

Las olitas y sus efectos


Maremoto: lejos de provocar pequeñas olas, como dijo el presidente Lula, el impacto de la crisis económica mundial en Brasil puede convertirse en un verdadero mare motus. Sus terribles efectos sobre la producción y el empleo se manifiestan con fuerza: sólo en diciembre de 2008, 600 mil personas quedaron desocupadas en todo el país y la producción industrial cayó 12,4% en relación a noviembre del mismo año. Frente a este panorama, el gobierno brasileño optó por pactar con los intereses del bloque de poder que comanda al país: el sector financiero privado y las transnacionales. Confirmada su presencia en la reunión del G-20 en Londres, Da Silva eligió dar continuidad a la política económica en curso y al acuerdo firmado por el ex presidente Fernando Henrique Cardoso con el FMI.
El presidente Lula sufrió muchas críticas por haber menospreciado, aparentemente, los efectos de la crisis económica mundial en la economía brasileña, al comparar los riesgos a una mera “olita”, de esas que no asustan siquiera a los extraños al mar. Políticamente se puede comprender el papel del Presidente de la República. No cabe a él la función de atemorizar a la población con suposiciones de consecuencias negativas que enfrentaremos. Por el contrario, su responsabilidad mayor es la de garantizar la toma de decisiones que impidan lo peor y eviten al trabajador brasileño el desempleo, la reducción de su renta y la precariedad de los servicios públicos. Y es justamente en este punto que consideramos extremadamente equivocada la posición asumida por el Gobierno. Se sabe que Lula llegó a la victoria electoral de 2002 en medio de una crisis económica fuerte, con raíces en el terrorismo político de sus adversarios, alimentado por decisiones políticas del área económica del gobierno de Fernando Henrique Cardoso, que prepararon todas las condiciones para el agravamiento de la coyuntura económica en el año electoral. Reducción de los plazos de vencimiento de los títulos de la deuda pública, elevación de la tasa de interés y dolarización de buena parte de la deuda mobiliaria fueron algunas de las cáscaras de banana dejadas por la dupla Pedro Malan - Armiño Fraga, antes de completar el gobierno tucano (nombre dado a los miembros del Partido Socialdemócrata) y de irse a trabajar al sector financiero privado. Lula, como se sabe, al contrario de cumplir con su saga de líder incuestionable del modelo liberal e iniciar la transición hacia otro tipo de modelo económico, optó por arreglar con los intereses del bloque de poder que comanda al país, especialmente a partir del Plan Real –una alianza entre el sector financiero privado y las transnacionales. En rigor, optó por dar continuidad y sobrevida a la política económica en curso y al acuerdo firmado por Cardoso con el FMI.
La gestión de Lula introdujo cambios como la unificación de una serie de programas compensatorios ya existentes bajo el rótulo de Bolsa-Familia con la ampliación de los recursos financieros dirigidos a esa finalidad y los reajustes reales para el salario mínimo. Sin embargo, la continuidad de la política económica obedeció a la lógica de la búsqueda de un tipo de gobernabilidad a partir del apoyo de sus antiguos adversarios en la convicción de que la coyuntura internacional –extremadamente favorable– sería capaz de producir efectos benéficos al país. Se puede decir que Lula “se acostó en un lecho espléndido”. El cambio del cuadro internacional permitió que a partir de 2002 la balanza comercial brasileña diese un salto. Partiendo de un saldo positivo de 13.100 millones de dólares aquel año, alcanzó en 2006 un superávit de 46.500 millones. Esos resultados comerciales permitieron que, a pesar de que la cuenta de servicios presentara un crecimiento continuo, el saldo de las transacciones corrientes del país se mantuviera en una trayectoria de crecimiento. En 2002 el déficit en cuenta corriente fue del orden de los 7.600 millones de dólares, pero con un saldo de 14 mil millones en 2005 y de 123 mil 600 en 2006, hubo una comodidad en las cuentas externas que aparentemente, para muchos, indicaba el acuerdo de las opciones del gobierno de Da Silva.
Esa comodidad, entre otras consecuencias, permitió que el país experimentase tasas de crecimiento un poco mayores a las del pasado reciente, con impactos positivos en la oferta de empleo, especialmente en la banda de tres salarios mínimos. A partir de 2007, sin embargo, el cuadro se alteró por factores externos pero particularmente por las características del propio funcionamiento de la economía brasileña. La dinámica de crecimiento –con altísimas tasas internas de interés y una apertura financiera y comercial extremadamente liberal– llevó al crecimiento de las importaciones, empujadas por la valorización del real. En 2007 no solamente el saldo comercial retrocedió a 40 mil millones de dólares, sino que el resultado de las transacciones corrientes cayó a apenas 1.500 millones. A pesar de que los síntomas más graves de la crisis internacional ya se habían manifestado en el segundo semestre de 2007, el hecho es que el gobierno brasileño sólo asumió medidas de carácter contractivo, buscando enfriar el crecimiento económico y contener el “furor” de las importaciones. Consejeros económicos de Lula, de orientación diversa como Delfim Neto o Luiz Gonzaga Belluzzo, sugerían la elevación espectacular del superávit primario, como forma de atenuar la ofensiva que el Ministro del Banco Central podría hacer, elevando la tasa de interés. Al mismo tiempo, Da Silva no se cansaba de elogiar a Enrique Meireles, mostrando claramente que los cambios sustantivos de la política económica no estaban en discusión. Con eso, lo que se vio fue que la tasa básica de interés se mantuvo en 11,25% entre septiembre y marzo de 2007, elevándose paulatinamente a partir de abril del año pasado, hasta llegar a 13,75% anual en septiembre. Los resultados son trágicos. Las cuentas externas cerraron 2008 con un récord deficitario de la cuenta de servicios y rentas de 53 mil millones de dólares, empujado especialmente por las remesas de ganancias y dividendos (33.900 millones de dólares). El saldo comercial del país continuó en caída vertiginosa, cerrando el año en 24.700 millones de dólares y ahora, en enero, se vuelve a tener déficit comercial, hecho que no ocurría desde 2001. Con esos resultados el déficit de las transacciones corrientes en 2008 saltó a 28.300 millones de dólares, lo que llevará a una mayor dependencia de capitales extranjeros para cerrar el flanco externo. Es en ese cuadro que se deben relativizar por completo los efectos de la reducción en un 1% de la tasa básica de interés, decidida por el Banco Central en enero, para dejarla en 12,75%. No solamente es una tasa indecente, sino que es un 1,5% superior a la que estaba en vigor en el segundo semestre de 2007, cuando el mundo ya comenzaba a sentir los efectos del barullo financiero producido por los liberales.
Los terribles efectos sobre la producción y el empleo se manifiestan con fuerza. La estimativa del propio Ministerio de Trabajo, con base en los datos del Caged, indica que el país perdió 600 mil puestos de trabajo en diciembre. La producción industrial cayó 12,4% en diciembre, en relación a noviembre, y es la tercera caída consecutiva de este indicador, acumulando un retroceso industrial en el último trimestre del año pasado de casi 20%. El problema, sin embargo, no es la imagen de la “olita” usada por Lula para defender las opciones de su gobierno y también para tranquilizar a los brasileños. Lo grave es el propio Lula, sus opciones de política económica y sus más importantes colaboradores, formales o no.

Por Paulo Passarinho
Desde San Pablo,
Correio da Cidadania y América XX

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