jueves, septiembre 30, 2010

Argentina y la brecha digital

En Misiones, Nehuel Alvarado, un humilde adolescente de 13 años, recibió ayer su primera computadora. La alegría se respiró festivamente en su casa durante el flamante acontecimiento. Es que aquello que había sido anunciado por otros, tiempo atrás y desde la distancia, se transformó de improviso en una realidad cercana y tangible.
Lo observaban en la familia, cuando Nehuel enchufó su nuevo aparato. Unos segundos, una breve estridencia electrónica, y la imagen emergió en la pantalla como un pequeño televisor virtual con misterios latentes. Todos prestaban atención al hecho, al moderno artefacto. Ya estaba funcionando. ¿Y ahora qué hago? preguntó Nehuel.
Nehuel es uno más de millones de ciudadanos que se ubican en el polo inferior de la brecha que exhibe una nueva división entre aquellos que utilizan las tecnologías de información y comunicación como una parte rutinaria de su vida diaria, y aquellos que ni siquiera tienen acceso a las mismas, o que, aunque lo tuvieran, no saben cómo utilizarlas.
El impetuoso avance de las telecomunicaciones atraviesa las sociedades actuales de tal manera que en su acelerado desarrollo emergen lamentablemente nuevas formas de discriminación. La distancia entre los que usufructúan las ventajas de la nueva era digital y aquellos quienes no pueden acceder a estas tecnologías, es cada vez más alarmante. Estas diferencias, que impactan profundamente en la cotidianidad ciudadana, representan lo que algunos organismos internacionales han denominado como “Brecha Digital”, y se caracterizan por su incremento constante año tras año, sobre todo en los países no desarrollados.
Según información de Internet World Stats (http://www.exitoexportador.com/), en los Estados Unidos de Norteamérica existen actualmente 239 millones de internautas conectados, mientras que en la totalidad del continente africano no alcanzan a 111 millones de usuarios. Otro dato relevante es la penetración del uso de Internet en las poblaciones de los distintos países, con la misma fuente podemos verificar que en las naciones europeas más industrializadas este índice alcanza un promedio superior al 80 % de los habitantes (en Suecia es del 92,5%), cuando en el otro vértice del mundo países como Bolivia y Nicaragua exhiben una penetración del uso de Internet inferior al 12 % de sus respectivas poblaciones.
En Argentina, más de un tercio de la población no dispone de acceso a Internet, y gran parte de los usuarios que pueden acceder lo hace sin la calidad básica necesaria para utilizar apropiadamente la red digital.
Además, estas diferencias se manifiestan de igual manera entre hombres y mujeres, ciudad o campo, edades, estatus sociales, paralelamente a las "brechas" de siempre: la sanidad, la educación, el hambre, la pobreza, la mortalidad infantil, etc.
Las estructuras físicas que distribuyen el acceso a internet no llegan a todos lados. Actualmente, en nuestro país la planificación del cableado de fibra óptica está basada en las utilidades del mercado, y por ende, nada se ha construido en aquellas zonas rurales o marginales donde las ganancias no alcanzan a cubrir los costos de las empresas proveedoras. Esta coyuntura excluye inexorablemente a aquellos ciudadanos que habitan los segmentos “no redituables” del territorio nacional, y que aunque puedan pagarlo, les resulta imposible conectarse a la red.
Pero la brecha digital no esta definida exclusivamente por el acceso físico de la ciudadanía a las nuevas tecnologías de la información y comunicación, sino que considera de la misma manera el conocimiento y la capacitación necesaria para desarrollar la habilidad de utilizar apropiadamente estas herramientas.
Para los especialistas, la democratización de las ventajas que ofrecen las telecomunicaciones, denominada inclusión digital, se define como el resultado de la conjunción de tres instrumentos básicos: la computadora, el acceso a la red y el dominio de estas herramientas. Por tanto, no basta con que las personas tengan una simple computadora conectada a internet para considerarlas incluidas digitalmente, se precisa además saber qué hacer con estas tecnologías.
Un incluido digital es aquél que puede estar conectado, y que utiliza este soporte para mejorar sus condiciones de vida, logrando quizás tener una postura crítica frente a los criterios que definen a las tecnologías como una panacea social.
En otras palabras, si bien han resultado muy positivas las iniciativas gubernamentales para promover la distribución de millones de computadoras gratuitamente entre niños y adolescentes, como Nehuel Alvarado, diseminados en todo el territorio nacional, es necesario abordar globalmente el problema de la brecha digital desde los tres aspectos fundamentales (computadora, acceso y conocimiento), si el objetivo es erradicar definitivamente la exclusión digital de nuestro país.
Por esto, es imprescindible iniciar, con intervención del Estado Nacional para trascender las tendenciosas iniciativas del mercado, la planificación y construcción de una red nacional de banda ancha que garantice el acceso universal a los servicios de internet para todos los habitantes de la República Argentina y, simultáneamente, capacitar estudiantes, docentes y profesionales con la misión de aprender y transmitir el conocimiento y el dominio de las herramientas digitales que permitan acceder a los nuevos paradigmas surgidos de la constante evolución las tecnologías de información y comunicación en todo el mundo.

Por Alejandro Orlando.-

miércoles, julio 07, 2010

ESTADOS UNIDOS AFIRMA SU PUNTO DE APOYO EN SURAMÉRICA


Riesgos: con una abstención del 60% y el 3,4% de votos en blanco, Juan Manuel Santos ganó la presidencia de Colombia. Estados Unidos renovó su pasaje para monitorear desde un sitio preferencial los pasos que da Suramérica. Pese a las promesas del impulsor de la ampliación de las bases militares que utiliza Washington y ejecutor de la invasión militar a un país vecino, se abre un escenario de delicado equilibrio en la región, en el que Ecuador, Venezuela y Brasil no podrán darse el lujo de flaquear en los próximos meses.

“Aspiro a trabajar de la mano con los países vecinos para desarrollar una agenda conjunta de cooperación e integración en todos los frentes. En las relaciones conflictivas hay dos alternativas: mirar con amargura hacia el pasado o abrir caminos de cooperación hacia el futuro. Los invito a abrir caminos por el bien de nuestros pueblos”.
Juan Manuel Santos dedicó dos minutos de los 35 de su discurso en la noche del 20 de junio, cuando se consagró presidente electo de Colombia, al conflicto geopolítico más intenso que vive el continente americano. La invitación a “los gobiernos vecinos” (en referencia a Ecuador y Venezuela) incluyó, además, la promesa de que su gobierno será “un aliado” de América Latina y que “la diplomacia y el respeto serán el eje de nuestras relaciones”.
La historia dirá que Santos llegó a la presidencia de Colombia en segunda vuelta electoral con el 70% de los votos, casi 40 puntos más que su rival, Antanas Mockus. Y que su cosecha electoral fue superior en un millón y medio de votos a la del mismísimo álvaro Uribe. Pocos repararán en que apenas el 40% de los colombianos fueron a las urnas para consolidar la democracia representativa (fue la segunda abstención más alta de la historia para una segunda vuelta). O que los votos en blanco totalizaron un 3,4%, el mayor porcentaje de la historia del país.
El mundo, y en especial los países de la región, “pueden estar seguros de que en mi gobierno encontrarán un aliado, y un socio comprometido con lograr el desarrollo y mejorar la calidad de vida de nuestra gente (…) Quiero que los habitantes de América Latina tengan una región más unida en la generación de prosperidad y bienestar, más solidaria en lo social y más segura en lo económico” (…) Después de 40 años de estar a la defensiva esperamos asumir el liderazgo que nos corresponde”, dijo el próximo mandatario colombiano. Estos conceptos reafirman el punto de partida de un camino que no admitirá dudas ni tropiezos de los países de la región. Santos demostró con creces cuán volátil es su agenda en temas de cooperación con los países de Suramérica.
El futuro presidente colombiano asumirá el 7 de agosto. Tres días después cumplirá 59 años. Es hijo de una de las familias aristocráticas del país, dueña del más importante medio de comunicación impreso de Colombia, el grupo editorial El Tiempo, cuyo paquete accionario controla sin embargo el grupo español Prisa. En 1991 fue ministro de Comercio Exterior del entonces presidente César Gaviria y en 1998 fue ministro de Hacienda del Gobierno de Andrés Pastrana. En 2004, se distanció del Partido Liberal, respaldó a Uribe y fue uno de los creadores del Partido Social de la Unidad Nacional (Partido de la U), la fuerza política que obtuvo la mayoría de los escaños en las legislativas del pasado marzo y que ahora lo llevó a la presidencia del país.
Santos contó para esta segunda vuelta con el apoyo de importantes sectores del Partido Liberal, Cambio Radical y el Partido Conservador. Esta alianza, llevada al Congreso colombiano, implica que su gobierno controlará más del 80% de los legisladores.

Viejas grietas en el camino

Con Santos terminan dos períodos de gobierno de álvaro Uribe, caracterizados por una manifiesta vocación de desintegración regional. Renegó cada vez que pudo de sus vecinos, de los gobiernos de izquierda y de las políticas de unidad que, con matices, se consolidaron en los últimos años. Santos y Uribe pusieron a Suramérica al borde de una guerra. El tándem quedó prácticamente aislado de los gobiernos de la región, pero supo explotar al máximo su alianza con Estados Unidos. En eso, como en otras cosas, Santos es Uribe con otro nombre.
Cuando fue ministro de Defensa, entre 2006 y 2009, Santos ordenó la ejecución de la Operación Fénix, mediante la cual las Fuerzas Armadas invadieron por aire y tierra el territorio ecuatoriano. El operativo, ejecutado el 1º de marzo de 2008, atacó, sin permiso ni aviso, un campamento temporal de las Farc en la población de Sucumbíos, en el que murieron 25 personas, entre ellas cuatro estudiantes mexicanos y un ciudadano ecuatoriano.
Este caso fue denunciado por Quito como una violación a su soberanía y desembocó en la ruptura de relaciones, que hasta ahora sólo han sido retomadas a nivel de encargados de negocios. Santos fue procesado por la justicia ecuatoriana por este hecho.
El canciller ecuatoriano, Ricardo Patiño, calificó como un gesto de buena voluntad las palabras de Santos como presidente electo y destacó su propuesta de propiciar y favorecer la integración regional y mejorar las relaciones bilaterales.
En los días previos a la segunda vuelta electoral, el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, advirtió que dará “una respuesta militar inmediata” a Colombia si este país realiza un nuevo ataque como el ocurrido en 2008. “Respetaré la decisión soberana del pueblo colombiano”, dijo Correa en referencia a un triunfo del ex ministro, como finalmente se dio. Pero “si se produce una repetición de lo ocurrido en marzo de 2008, habrá una respuesta militar inmediata”. Santos, además, se ha manifestado orgulloso del ataque ejecutado contra Ecuador.
Otra frontera caliente en la región es la que comparten Colombia y Venezuela. Aunque el intercambio doméstico de mercancías es ajeno a esa división política entre dos naciones, el comercio y la economía sufren las consecuencias de la política de Bogotá. La caída del comercio entre ambas naciones se ubica entre el 70 y el 80%. Además, se estima que a lo largo de la frontera común viven más de 600 mil desplazados colombianos, víctimas de la violencia interna. Venezuela “congeló” sus relaciones en agosto del año pasado después de que Bogotá firmara el acuerdo militar con Estados Unidos que motorizó el propio Santos. Esta acción diplomática, ordenada por el presidente Hugo Chávez, fue el corolario de una serie de desencuentros con el gobierno de Uribe, en el que el ex ministro de Defensa siempre tuvo un rol destacado.
Apenas confirmado el triunfo de Santos, el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela emitió un comunicado en el que transmitió “su felicitación por la victoria obtenida al señor Juan Manuel Santos, presidente electo, a quien le augura éxitos en el ejercicio de su nueva responsabilidad”. La nota agregó que “el gobierno revolucionario de Venezuela estará muy atento, no sólo a las declaraciones de los voceros del nuevo gobierno, sino a los hechos que vayan perfilando el tipo de relaciones que pueda ser posible llevar con sinceridad y respeto con el gobierno electo”.
Uno de los primeros presidentes de América que se expresó públicamente apenas conocido el triunfo de Santos fue el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva: “sé de antemano que encontraré en Santos toda la disposición de contribuir con el fortalecimiento de Unasur como instrumento de paz, de cooperación y de desarrollo de la región”.
Desde la firma del acuerdo entre Colombia y Estados Unidos, en agosto del año pasado, hasta esta segunda vuelta electoral, poco y nada ha pasado en las relaciones entre Bogotá y los gobiernos de Suramérica. Una especie de valle se abrió entre los picos más altos de tensión. Como él mismo lo dijo, Santos llega al Ejecutivo con la promesa de una agenda común con los países de América Latina, pero serán las circunstancias las que marcarán los tiempos, los alcances y las buenas intenciones de esos juramentos.
Si hay un instrumento que impidió a Estados Unidos avanzar, a través de Uribe y Santos en su estrategia para Suramérica en los últimos años, fue la rápida reacción de los países de la región para unirse frente a las amenazas. Uribe no pudo dar más de lo que le dio a Washington porque una respuesta sólida se lo impidió. Con Santos en el gobierno, el “empate” de los últimos meses podría romperse. Frente al seguro intento de Estados Unidos de volver a echar mano a su aliado, las inminentes elecciones en Brasil y Venezuela pondrán en juego mucho más de lo que se dirime dentro de sus propias fronteras.

Desde Buenos Aires, Adrián Fernández.
Revista América XXI

viernes, julio 02, 2010

G-20, AJUSTE, GUERRA Y MANIPULACIÓN

Ni las formas se guardaron en Toronto: antes del G-20 se reunió el G-8. Y para que nadie dude, invitaron al saliente presidente álvaro Uribe. Washington premió al fiel servidor que le entregó Colombia para instalar bases de guerra apuntadas a la región. Ante el testigo mudo los jefes imperialistas trataron lo importante. Luego llevaron las conclusiones a la mesa de sus subordinados. Aparte la hojarasca, el G-8 acordó un objetivo: continuar la marcha belicista contra Irán y Corea del Norte; fortalecer el cerrojo militar contra América Latina.
Si la reunión de los 8 fue para amarrar sus puntos de acuerdo, horas después, ya en el escenario del G-20 (más cinco invitados: España, Holanda, Vietnam, Etiopía y Malawi), las potencias imperiales exhibieron las contradicciones que los enfrentan. Y se hizo evidente que Washington ya no es la voz inapelable. Para explicar el choque entre la Unión Europea y Estados Unidos los medios de difusión (y algunos mandatarios) se aferraron a una falacia: debate ideológico entre neoliberales empeñados en un ajuste fiscal y neokeynesianos abogando por políticas de intervención estatal.
No es la ideología lo que rige la marcha de la economía mundial. La UE no se opone por razones teóricas a mantener y acrecentar los déficits fiscales de sus componentes, sino porque el desbalance de sus cuentas lleva al colapso bancario. Eso arrasaría al euro y pondría en riesgo la existencia misma de la UE. Washington necesita demoler a su principal adversario en la disputa por el mercado mundial. Necesita igualmente de la reactivación europea, porque para evitar su propia recaída en recesión debe mantener el flujo de las exportaciones estadounidenses al viejo continente.
Es jugar con fuego. Las consecuencias del eventual derrumbe europeo golpearía como un tifón a Estados Unidos. Pero la Casa Blanca parece haber concluido que no hay precio de saldo en esta crisis. Y aunque sea irracional, busca exorcizar el fantasma de la depresión empujando al abismo a su socio-enemigo de mayor envergadura. En un plano subordinado, cuenta también el choque entre la voracidad del capital bancario y la producción primaria e industrial: con las famosas derivativas la especulación llegó a límites inauditos. La reforma lograda por Barack Obama trata de acotar ese fenómeno con más controles. Pero el desenfreno especulativo proviene de la imposibilidad de obtener tasas de ganancias adecuadas en la producción y el comercio. Y esa imposibilidad resulta de la competencia, la tecnificación y la sobreproducción; no de funcionarios desavisados, incapaces de ver pasar un rinoceronte por sus oficinas. La especulación fue el único refugio temporario del capital en crisis. La pugna por ver si es más progresista tasar las transacciones financieras o defender mayores impuestos al comercio es apenas un toque farsesco en la tragedia.

Malestar de masas en Estados Unidos

Otro factor cuenta para explicar la conducta de Washington: el creciente descontento interno. Se multiplican signos de que las clases medias y los trabajadores –desocupados o amenazados con el despido– comienzan a actuar de modo tal que se suman como factor de inestabilidad. Si al desempleo neto se suma a quienes involuntariamente trabajan 20 hs semanales o menos y a quienes han desistido de buscan empleo, la cifra llega al 20%. En algunas regiones, estos guarismos se duplican. Ya en el período previo a la asunción de Obama la clase dominante mostró que Estados Unidos bordeaba una crisis política. Obama no tiene el piso firme bajo sus pies. Ahora se ensancha la base del conflicto potencial. La existencia de una nación latinoamericana con 50 millones de habitantes en el seno de aquella sociedad, y el fenómeno de radicalización en curso en el hemisferio Sur del continente, con el Alba como bandera, tiene en vilo a los estrategas de la Casa Blanca. En cambio la UE se aferra a la Confederación Sindical Internacional, que a través de poderosos sindicatos y partidos reformistas regula hasta el momento la ira de las masas europeas. Para ajustar su labor de muleta imperial la CSI se reunió también en Canadá antes del G-20.
En suma, la disputada declaración final de Toronto llegó a un consenso: “reducir el déficit a la mitad para 2013”. Quedó atrás el acuerdo de Pittsburgh, cuando por unanimidad se llamó a alentar el giro económico desde las arcas fiscales. En cambio se ratificó la decisión firmada por todos en encuentros anteriores, de someter el sistema financiero en cada país a una mayor supervisión. Claro que el ajuste “debe ser a la medida de las circunstancias nacionales” de cada país. Se trata de “impulsar políticas de reducción del gasto público que no dañen el crecimiento”. Retórica al servicio del ocultamiento y la mentira: el anfitrión canadiense Stephen Harper recibió a sus invitados anunciando que “la recuperación sigue siendo extremadamente frágil y los riesgos son reales”. El choque entre la UE y Estados Unidos deja al imperialismo sin estrategia conjunta. Analistas serios del capital concluyen que aumenta el riesgo de “un colapso descoordinado”.
La operación de relaciones públicas realizada en Toronto el 26 y 27 de julio costó 1.200 millones de dólares. Irracionalidad llevada al paroxismo. Pero tuvo su fruto: lograron ocultar que la estrategia imperialista, en ese punto unificada, es avanzar por el camino de la guerra. En 2008 el G-20 evitó el desplazamiento de países claves hacia instancias alternativas. Ahora, la incapacidad de Estados Unidos para hegemonizar el bloque abre una nueva posibilidad: al menos dos países latinoamericanos podrían revisar su orientación y sumarse a la principal tarea de la hora: detener la locura belicista del capitalismo encarnada en la Casa Blanca. La historia los observa.

Por Luis Bilbao.
Revista América XXI

lunes, junio 28, 2010

RECAÍDA CAPITALISTA


Finalizó el fugaz ensueño inducido y la verdad volvió por sus fueros con ímpetu bestial: la Unión Europea vive un momento dramático, corre el riesgo cierto de perder el euro y desintegrarse, inicia un ajuste salvaje en detrimento de las masas trabajadoras, ve esfumarse la perspectiva de reactivación, amenaza la estabilidad de la banca mundial (los Bancos estadounidenses son acreedores por 193 mil millones de dólares sólo de la deuda griega) y, con eso, recorta la expectativa de reactivación, trae el temor a una nueva recesión y replantea, con mayor vigor que en 2008, el riesgo de que ésta se transforme en depresión.
Para eludir la caída en dominó, la UE destinó 750 mil millones de euros (equivalentes a un millón de millones de dólares), para que los Estados fallidos puedan pagar sus deudas a los Bancos. Por detrás hay algo más grave: el desbarajuste en los equilibrios macroeconómicos que llevaron a Grecia al colapso se repite sustancialmente idéntico no ya en España, Italia y Portugal, entre otros países menores de la UE, sino en Alemania y Estados Unidos. Dicho de otro modo: el plan de ajuste que el FMI impone a Grecia –y que a la fecha ya han adoptado ese país, España, Italia y Gran Bretaña– deberá necesariamente aplicarse en Estados Unidos y en la principal economía de la UE, Alemania.
Por lo pronto, los 16 países de la eurozona han anunciado que recortarán sus presupuestos para los próximos dos años en 300 mil millones de euros (unos 370 mil millones de dólares). Gran Bretaña, por su lado, reducirá sus gastos en 106 mil millones de libras esterlinas (alrededor de 146 mil millones de dólares) en cinco años. El impacto sobre la población será durísimo, sobre todo si se tiene en cuenta que ya carga con el peso de las medidas adoptadas en 2008, las cuales, según el presidente de la Comisión Ejecutiva de la Unión Europea, José Barroso, “nos hicieron dar un salto para atrás de 10 años en el nivel de vida”.
¿El ajuste actual provocará otro retroceso de 10 años? Se verá. En cualquier caso, pocos confían en que las drásticas medidas adoptadas reviertan las fuerzas centrífugas que amenazan la existencia de la UE y el equilibrio del capitalismo mundial. La caída de la tasa de ganancia continúa demoliendo las columnas del sistema.

Contrincantes en el fragor de la crisis

El colapso griego fue aprovechado por las corporaciones estadounidenses para intentar demoler el euro y, a la par, la Unión Europea. Barack Obama jugó sin disfraces el papel de representantes de los grandes capitales industriales, comerciales y financieros estadounidenses, que necesitan desarticular el bloque de 27 países, que se constituyó en la primera potencia económica mundial y sobrepasó en todos los terrenos, excepto el militar, al imperialismo estadounidense. Gran Bretaña, el león desmelenado –aunque todavía con algunos colmillos– está subordinada sin protestas a su antigua colonia devenida metrópolis. El viejo continente se bate hoy contra Estados Unidos para poder sostener y completar un proceso de unificación imprescindible para competir con Washington, aunque inviable bajo las exigencias del sistema capitalista, como prueba la crisis en curso.
Conviene ir hacia atrás y señalar que en la década anterior, las principales empresas europeas habían sacado mucha ventaja a las estadounidenses. La UE alcanzó el 17% de las exportaciones mundiales, mientras Estados Unidos descendía abruptamente, del 17 al 11%. Las ventas en el exterior de empresas europeas dieron a este bloque el 39% del total mundial, contra el 30% de Estados Unidos (En ese reparto, el bloque Bric –Brasil, Rusia, India y China– tiene el 20% de las exportaciones, China con la parte del león). Un estudio centrado en algunas empresas indica que, sobre todo en el caso de Alemania, grandes compañías exportan alrededor del 80% de su producción, una proporción incomparable con las empresas estadounidenses. Otro indicador: de las 100 mayores empresas multinacionales del mundo, las pertenecientes a la UE pasaron de 57 a 61, en tanto las estadounidenses caían de 26 a 19.
Según un estudio de la consultora alemana Roland Berger sobre las tres mil principales empresas del mundo, entre 1998 y 2008, las europeas tuvieron una rentabilidad del 13%, cifra que desciende al 7% para las estadounidenses. Téngase en cuenta que estos datos serían imposibles sin la penetración, tan audaz como voraz y efectiva, de las multinacionales europeas en América Latina. Eso explica el indisimulado respaldo de la UE a la oposición al Alca por parte de algunos gobiernos que, cinco años después de haber sepultado el intento estadounidense, trabajan por un tratado de libre comercio con el viejo continente.
En suma, el proceso equívocamente llamado “globalización” dejó mejor ubicada a la UE en la implacable disputa por el mercado mundial. Entre otros factores, esto atañe a la productividad. Pese a que la explotación del trabajo en Estados Unidos es incomparablemente más salvaje que en Europa, el aumento en la productividad estadounidense ocurrió, en sus tres cuartas partes, en el área de los servicios, que a su vez cuentan con el 20% de su comercio mundial, según un estudio publicado por el economista Stefan Theil.

Expectativas y estrategias

Pues bien: es ese portento imperialista el que sufrió un disparo en el corazón con la crisis griega. A partir de allí ¿es objetivamente fundada la expectativa de recuperación y crecimiento aun a tasas mínimas?
Antes del estallido en Grecia, las previsiones de todas las grandes consultoras internacionales y del FMI, coincidían con pequeñas diferencias en que el mundo retomaba el camino del crecimiento, con una previsión para 2010 del 3% de incremento del PBI en Estados Unidos y del 2% en Europa. Para 2011, la estimación era del 2 y 1% respectivamente. Difícil creer que tantos egresados de las mejores universidades del Norte tuviesen confianza en las cifras que difundían, cuyo corolario era que la crisis había quedado atrás y el mundo retomaba el curso de crecimiento, bajo la tutela de Estados Unidos y el G-20. Después de los últimos sacudones, la Ocde (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), mantuvo guarismos incluso más optimistas. A contramano, el Departamento de Comercio comunicó que la economía de Estados Unidos creció un 3% en el primer trimestre, corrigiendo a la baja su propia predicción y las de las principales consultoras.
Entre septiembre de 2008 y junio de 2009 en Estados Unidos se perdieron seis millones de puestos de trabajo. Y desde entonces, aunque en cantidades menores, el proceso no se ha revertido ni un solo mes. La caída no fue tan abrupta en la UE, aunque tampoco fue comparable luego la capacidad de reactivación de la euroeconomía. Ahora, es menos probable que la inyección de 750 mil millones de euros repita el resultado visto un año atrás con eje en Estados Unidos: freno a la recesión y, a medio término, reactivación. La diferencia está en que mientras en Estados Unidos la montaña de dólares arrojada al mercado simplemente pasó a aumentar el déficit y debilitar su moneda, en la UE el ajuste sumará factores negativos a la lógica del ciclo económico descendente. A los despidos en el sector privado por la caída de la demanda, se sumarán los que produzca el sector público para sanear las finanzas del Estado. Todo sumado, multiplicará la desocupación y la retracción de demanda.
Estados Unidos no podrá eludir los efectos de esa retracción. No obstante, hay numerosos indicios de que sus autoridades asumen esa certeza y apuntan a que los efectos acaben con el euro, disgreguen a la UE y permitan a Washington disputar en mejores condiciones el mercado mundial sobre el que avanzó con ventaja la UE en el último período. Ya verán la CIA y el Pentágono cómo se arreglan con los problemas sociales que aumentarán fronteras adentro.
Los economistas del imperialismo estadounidense no ocultan su verdadera receta para afrontar la crisis: acabar con el Estado de bienestar en Europa; acabar, también en la UE, con el déficit fiscal; frenar las exportaciones chinas. Sin eso, la recuperación –es decir, la restauración de la supremacía estadounidense en el mercado mundial para impedir que se frene su maquinaria productiva siquiera por un período breve– sería imposible. Por eso la Casa Blanca presiona sin rodeos a la UE para avanzar con el ajuste, contribuirá en todo para que las burguesías imperialistas europeas enfrenten a sus trabajadores a fin de imponer esa política, pero al mismo tiempo propenden al estallido de la UE. Un caso aparte es China, que en las últimas semanas ha demostrado capacidad para hacer que se desplomen o recuperen las Bolsas del mundo. Es improbable que Beijing limite su actividad exportadora y resuelva mantener altos índices de crecimiento volcándose hacia el mercado interno, como exige Washington. Del mismo modo, no es dable esperar una devaluación significativa del yuan (el fracaso en este sentido del reciente viaje a China de Timothy Geithner, secretario del Tesoro estadounidense, habla por sí mismo).
Queda evidente así que la línea fundamental de confrontación que marca el ritmo y la forma de la crisis mundial en esta coyuntura, pasa por la lucha interimperialista, tiene en segundo plano la pugna con las naciones subordinadas (en la exacta medida en que las mayores en esta categoría se han sumado al G-20) y en un tercer plano, lejano, al choque con los trabajadores. En la medida en que las relaciones de fuerza que determinan este ordenamiento no se alteren (y eventualmente pueden hacerlo en plazos brevísimos, cambiando abruptamente el escenario regional o mundial), Estados Unidos avanzará por ese camino, que no desemboca en una guerra abierta simplemente por la abrumadora disparidad de fuerza militar. Pero entabla esa dinámica, que llevará la violencia a otras formas y, dependiendo de las circunstancias, a otros escenarios. Si alguien cree que tales afirmaciones son exageradas, Barack Obama aventa dudas con su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, presentada el 27 de mayo. “Nuestro foco es una estrategia que amplíe nuestras fuentes de influencia en el mundo y nos permita usarlas para hacer frente a los desafíos del siglo XXI”, declaró Ben Rhodes, viceconsejero de Seguridad Nacional. Tras la presentación del documento, el asesor de Obama en la lucha contra el terrorismo, John Brennan, aclaró que la Casa Blanca “combatirá (al terrorismo) allí donde tramen sus planes y se entrenen, en Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia y más allá”. Que no queden dudas: no hay límites para ese “más allá”.

El Alba como alternativa

La persistente ausencia del proletariado en el escenario internacional hace más difícil comprender qué fuerzas chocan en medio de la crisis. Esto deja el planteamiento y la resolución de los conflictos provocados por la lógica interna del sistema capitalista enteramente en manos de las diferentes fracciones de la burguesía, que además de su diferenciación entre imperialistas y subordinados exhibe una enorme estratificación. La falta de conciencia y capacidad de acción política de los proletariados tiene como primer efecto el hecho a la vista: el capital descarga la crisis sobre sus hombros. Cuando el proletariado entre en escena –y entrará, sin duda, si bien la demora puede ser un factor decisivo– provocará un inmediato realineamiento de fuerzas y será posible ver con nitidez la naturaleza del conflicto planetario. Mientras tanto, a la recesión y el riesgo de depresión, se suma el constante aumento de nuevas situaciones bélicas, como lo ratifica la tensión gravísima en la península de Corea, el área donde Estados Unidos tiene la mayor concentración de bases militares y tropas en el extranjero.
Marx denominaba proletariado “para sí” a la clase trabajadora consciente como sujeto social y político. En oposición, los explotados sin conciencia serían el proletariado “en sí”. Hoy el dato crucial es que, en el momento en que el proletariado “en sí” tiene el mayor peso numérico y cualitativo jamás alcanzado en la historia, el proletariado “para sí”, sólo existe como excepción a escala mundial.
Es en ese cuadro general que la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (Alba), se conformó y afirmó como bloque antimperialista cuya vanguardia marcha resueltamente hacia el socialismo del siglo XXI. En el mundo es hoy el único proyecto estratégico que, con aval de pueblos organizados y en pie de lucha, se contrapone al proyecto imperial plasmado en el G-20. Allí reside la posibilidad de frenar la dinámica guerrerista de Estados Unidos, impedir que los efectos de la crisis capitalista caigan como plaga mortal sobre América Latina y avanzar en transformaciones socialistas, mientras los trabajadores de los países desarrollado recuperan capacidad para diseñar una estrategia propia y se suman a una fuerza internacional para dar la respuesta que el desmoronamiento del capitalismo exige.


Por Luis Bilbao.
Director: América XXI

domingo, junio 20, 2010

Las aguas quietas de la resignación

Fue Marx en el 1800 y después Martin Heidegger en el siglo XX quienes indicaron la progresiva reducción del ser humano a una función puramente mercantil.Los dos filósofos coincidían en que el individuo estaba condicionado a presentarse con una mascara. Cada uno lleva consigo los rasgos del empleo que realiza, "la careta" de su "ser empleado". Con una mascara en el rostro el hombre no esta directamente en relación con el mundo si no con las leyes que gobiernan el sistema económico en el que cada individuo se encuentra.
En nuestros días el hombre no se expresa por lo que hace,en realidad acepta y con pasividad obedece la racionalidad del aparato económico que determina no solo su acción si no también la relación con sus semejantes obligado por una ley silenciosa que conecta la producción, con el consumo.
Toda esta trágica dictadura no viene vista como opresión porque forma parte de un sistema monolítico inatacable.De opresión se podía hablar antes del adviento de la economía de mercado donde el Hombre sin ninguna piedad es reducido a cosa. Esto en tiempos no muy lejanos sucedía por la voluntad de otro hombre sea que este se manifestara como individuo o como clase.Era entonces posible identificar esa voluntad que oprimía como también criticarla y destruirla en la búsqueda de una idea que nos indicara un camino hacia la libertad.
En la edad que precedió la globalización este tipo de liberación era practicable porque todo acontecía todavía al interno de la experiencia de la borghesia y del proletariado. Era fácil distinguir una voluntad oprimente y una voluntad oprimida,"un siervo de un Señor" para usar una terminología Hegeliana. Para crear la base de una revolución era suficiente una toma de conciencia que señalara la irracionalidad del opresor y la consiguiente racionalidad de una sucesiva liberación.
Pero en la era posmoderna la reducción del ser humano a objeto no es por el efecto de una voluntad fácilmente reconocible si no la consecuencia de la irracionalidad del mercado. No estamos delante al dominio del hombre sobre el hombre si no bajo la despótica autoridad de una mentalidad que no distingue ya tan claramente si los hombres "son siervos o señores". Estas dos categorías marxistas hoy no se encuentran antagónicas - una contra otra - se presentan alineadas y paralelas habiendo como contraparte solo la ley racional del mercado contra la cual cualquier tipo de revolución es impracticable.
Por este motivo los jóvenes están condenados a bajar la cabeza y aceptar con resignación cualquier propuesta que se les ofrece. Quien pierde el empleo va en crisis de identidad precipitando en la noche oscura de la desesperación. Esto no es porque se ha identificado exageradamente con el propio trabajo, es simplemente porque desde el otro lado no existe un rostro reconocible a quien culpar; no hay un interlocutor con quien discutir y confrontárse.El mercado no tiene un rostro, el mercado es "todos y ninguno".Bien enseñaba el viejo Homero cuando escribía: "ninguno es siempre el nombre de alguno" pero este "alguno" en el escenario global es invisible.
Todo este panorama en realidad genera la resignación que esconde un terrible desierto donde es imposible postular una salida.Están desesperados los empresarios y afligidos los obreros.Por primera vez en la historia no hay una contraposición capaz de crear las condiciones de una autentica revolución.Todos están sometidos por la dura ley "racional" de la economía. Esta es la tragedia y el drama de nuestros días. En la Argentina (me parece) todavía no se dieron cuenta, se continua a dividir el mundo entre peronistas y antiperonistas sin notar que no hay diferencias porque todo se a disuelto en las aguas quietas de un único pensamiento:El mercado.


Por Daniel Balditarra.
Desde Milán, Italia.

viernes, junio 04, 2010

El colapso europeo desnuda las grietas en América Latina

Fisuras:el tratamiento terapéutico que surgió de la cumbre entre América Latina, el Caribe y la Unión Europea insiste en las recetas de Tratados de Libre Comercio entre ricos y pobres, la reformulación de los organismos multilaterales de crédito y la revalorización del G-20 como espacio de debate plural e igualitario. Las negociaciones de TLC con Mercosur y los acuerdos cerrados con Centroamérica y con Perú y Colombia son una nueva advertencia del resquebrajamiento de los bloques políticos y económicos regionales. La reunión de Unasur en Buenos Aires no logró revertir ese espíritu que se contrapone a la unión cada vez más necesaria.
Envuelta en una crisis en la que todo puede pasar, la Unión Europea (UE) alcanzó sus objetivos camino al libre comercio con América Latina (AL) en los tres ámbitos en los que se había propuesto avanzar: acuerdo cerrado con América Central y con Colombia y Perú y reanudación de negociaciones con el Mercosur.
Los líderes europeos que participaron de la cumbre AL-Caribe-UE pagaron un modesto precio por semejante logro: apenas debieron tolerar que algunos presidentes latinoamericanos reprocharan las políticas de ajuste aplicadas en una Europa sin reflejos. La América Latina que estima crecer en 2010 un 4% dejó algunos consejos en Madrid, pero se llevó consigo viejas recetas con promesas de modernización y un trato igualitario.
Los voceros de las reuniones realizadas entre el 17 y el 19 de mayo aseguraron que Madrid deja “un mensaje de unidad para afrontar la crisis económica desde un nuevo reordenamiento del mundo multipolar, en el que se escuche más la voz de los países emergentes y se evite la tentación del proteccionismo”.
Conviene indagar un poco más para encontrar una mayor sustancia. La presidente argentina, Cristina Fernández –quien como titular pro témpore del Mercosur presidió la cumbre junto a al jefe del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero– pidió imponer el concepto de “socio” en lugar de “cliente”, y reivindicó al “multilateralismo como método adecuado para resolver todos los problemas”. Fernández pidió la “reformulación de las instituciones globales” y reiteró la necesidad de que América Latina vea reflejado su creciente papel en el escenario mundial en organismos internacionales, en clara referencia al G-20, al FMI, al Banco Mundial y a otras entidades.
De hecho, la declaración final de Madrid señala que los presidentes acordaron impulsar que en la próxima reunión del G-20 en Canadá “se aborden problemas de regulación de capitales, de bancos de inversión, calificadoras de riesgo y paraísos fiscales”. Entre las medidas adoptadas en esta cumbre los organizadores destacan la creación de un fondo, denominado Mecanismo de Inversión en América Latina (Mial, por sus siglas), de 3 mil millones de euros (unos 3.600 millones de dólares) para áreas prioritarias. “El Mial tendrá un efecto de palanca para movilizar recursos de las instituciones financieras para financiar proyectos de inversión en infraestructura energética, incluidos el rendimiento energético y los sistemas de energías renovables, el transporte, el medio ambiente y la cohesión social”, señala la Comisión Europea. En Madrid estuvieron 14 de los 27 presidentes de la Unión Europea, mientras que en el caso de América Latina y el Caribe asistieron 20 de sus 33 mandatarios. Las ausencias más destacadas fueron la de la canciller alemana, Angela Merkel, que sólo asistió a la cena ofrecida en el Palacio Real y después regresó a Berlín, las de los primeros ministros del Reino Unido, David Cameron, e Italia, Silvio Berlusconi, y las de los presidentes de Venezuela, Nicaragua, Cuba y Uruguay.

Las huellas de los tratados

Los tratados de libre comercio (TLC) ganaron terreno al mismo ritmo en que parecen agrietarse los bloques regionales, como el Sistema de la Integración Centroamericana (Sica) y la Comunidad Andina de Naciones (CAN), mientras Mercosur y Unasur se ven aquejados por la parálisis. Rodríguez Zapatero informó que el TLC que firmaron la UE y los países centroamericanos permitirá efectuar transacciones por 3.200 millones de dólares. A partir de este acuerdo, las naciones que componen esa región (Panamá, Costa Rica, Honduras, El Salvador y Guatemala) prometen integrarse a Europa a través de tres ejes: comercial, político y de cooperación para un mercado de unos 500 millones de consumidores.
Nicaragua –integrante del Sica– rechazó los términos de estos acuerdos. Unos días antes de la Cumbre de Madrid, el presidente Daniel Ortega denunció que la UE promueve “una nueva forma de colonialismo, que ya no se llama neocolonialismo, ni imperialismo, sino que se llama asociación. Son técnicas de dominación disfrazadas”. Un detalle que no es menor es el rol que ocupa Honduras en este acuerdo y la legitimidad del gobierno de Porfirio Lobo, que sigue sin ser reconocido por la gran mayoría de los gobiernos de Sudamérica. Con la excepción de Nicaragua, todos los países de Centroamérica, más Colombia y Perú (es decir, todos los que firmaron TLC con la UE) ven en Lobo al artífice de la recuperación democrática en Honduras.
Otro TLC, el firmado por la UE con Colombia y Perú, es un buen ejemplo más de esta historia. Su concreción produjo el estallido explícito de la ya moribunda Comunidad Andina de Naciones (CAN), ya que sus otros dos socios (Bolivia y Ecuador) prefirieron esperar hasta despejar algunas de sus dudas sobre compromisos, obligaciones y beneficios que verda-deramente conlleva un TLC de estas características.
Ecuador pide desde hace dos años que una negociación trascienda el libre comercio y se transforme en un “acuerdo para el desarrollo”, que tenga en cuenta también aspectos políticos. Bolivia ha rechazado negociar un acuerdo comercial con la UE y ha hecho observaciones sobre propiedad intelectual, servicios, las condiciones de la inversión extranjera y la protección social. El presidente de Perú, Alan García, se mostró satisfecho por el acuerdo pero advirtió que su país “deberá prepararse para el desembarco de las exportaciones europeas”. Explicó: “habrá un reflujo, porque ni España ni el resto de ese bloque estarán pasivos para que se les coloquen más productos”.
A diferencia de la CAN, el Mercosur parece sólidamente encolumnado detrás de la búsqueda de un TLC con la UE. La presidente argentina llevó a Madrid el mandato de Brasil, Uruguay y Paraguay para destrabar la compleja negociación y agendó un par de reuniones de trabajo que se van a realizar en los primeros días de julio próximo. Rodríguez Zapatero recordó que, en caso de concretarse, el TLC sería “el más importante de la UE”, ya que englobaría a 700 millones de ciudadanos y 100 mil millones de euros anuales de comercio interregional.
Pero la dinámica y la magnitud de la crisis europea no admite visiones de largo plazo. En el sur del continente nadie se atreve a descartar daños colaterales luego del recorte fiscal dispuesto por varios países de la UE. La preocupación mayor es el comportamiento del valor internacional de las materias primas y sus derivados, que representan entre 75 y 80% de las exportaciones generales del Mercosur.
Otro dato a tener en cuenta justifica en parte el apuro de la UE para cerrar un TLC con el principal bloque económico de América Latina: se estima que entre 30 y 35% de los productos básicos del bloque tiene como destino la UE, pero el mayor receptor es China, que compra 45%. Por último, no es menor el dato de que el segundo país del bloque más comprometido financieramente hablando, España, es el principal inversor extranjero en Suramérica, principalmente en áreas bancarias, eléctricas, telecomunicaciones y otros servicios.

El lugar de Unasur

Los acuerdos de Madrid confirman que el imprevisible reacomodamiento de los factores internacionales de poder juega buena parte de sus fichas en América Latina. Y esta región responde confundida en lugar de acordar la búsqueda de mecanismos para un objetivo común. La Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) no escapa a esta realidad. Más aún, se trata del bloque que más padece este permanente intento de atomización regional.
La cumbre de presidentes que se realizó a comienzos de mayo en Buenos Aires apenas logró mantener el decoro en temas coyunturales y de escasa relevancia política. Contrariamente a lo planificado, los grandes temas políticos, los que hacen a la resistencia y a la ofensiva frente al imperialismo en cualquiera de sus formas, estuvieron ausentes en la reunión de trabajo: las bases militares en Colombia, la agenda de un eventual encuentro entre Unasur y Estados Unidos y el acuerdo de defensa entre Estados Unidos y Brasil (circuló entre los presidentes un documento privado elaborado por Brasilia con los alcances de ese pacto, aunque nada se fijó en forma pública).
El gran logro común de Buenos Aires fue, sin dudas, el tratamiento de la situación en Honduras. Fue una clara victoria de los presidentes que impulsaban el boicot a la cumbre de Madrid, como gesto de disconformidad frente a la invitación de España a Porfirio Lobo. Con firmeza, torcieron la voluntad de los mandatarios que dudaban del desplante a Rodríguez Zapatero y dejaron en evidencia a los jefes de Estado que ya habían reconocido a Lobo como presidente de Honduras y que –no casualmente– faltaron a la cita de Buenos Aires (Perú y Colombia).
Por último, la designación de Néstor Kirchner como secretario general de Unasur se da en un contexto institucional de preocupante vulnerabilidad, con reglamentos internos que no están completamente definidos y donde sólo cuatro de los 12 países miembros aprobaron el protocolo de adhesión. El debut de Kirchner coincidió con una decisión del gobierno de su esposa, Cristina Fernández, de prohibir el ingreso de alimentos desde Europa y Brasil, algo que le valió un nuevo conflicto con su vecino y que sería anulada durante la cumbre de Madrid.
La designación del ex presidente por parte de la mayoría de los mandatarios de la región es un oportuno respaldo institucional al gobierno argentino, en un momento políticamente complejo para el oficialismo. A su vez, abre una incógnita sobre el fortalecimiento de la organización suramericana. Kirchner es, además de secretario general de la Unasur, diputado nacional, presidente del Partido Justicialista y candidato para suceder a su esposa en el gobierno a partir de 2011. En los próximos meses se verá cómo se compatibilizan estas funciones y objetivos con la tarea, necesariamente enérgica, para poner en marcha Unasur.

Por Adrián Fernández
América XXI

sábado, mayo 15, 2010

DILEMAS DE UNASUR


Con el estallido de la crisis mundial en 2008 se produjeron dos movimientos simultáneos de sentido inverso: el desarrollo estratégico del Alba y la circunstancial recuperación de poder por parte del imperialismo estadounidense. Este desplazamiento paradojal domina el momento político internacional y habrá quedado patente en Buenos Aires los días 4 y 5 de mayo –mientras esta edición está en las rotativas– cuando se reúna en la capital argentina la cumbre de la Unión de Naciones del Sur.
La irrupción del Alba constituye un salto cualitativo en el desarrollo político hemisférico, con proyección internacional: ahora las mayorías cuentan otra vez con una brújula. Potencialmente, ese factor cambia el signo en la evolución de la crisis. No obstante, las metrópolis imperiales están mejor plantadas frente a la coyuntura y el futuro inmediato, como resultado de la conducta adoptada ante la emergencia por buena parte de los gobiernos de los países subdesarrollados y dependientes.
El fortalecimiento táctico del centro imperial se expresa en tres planos:
- Económico: la Banca de inversión mundial (allí donde estalló la crisis) tuvo una ganancia neta de 311 mil millones de dólares durante 2009. Un 50% más que en 2008. Esto se logró pese a que, según prevé el Boston Consulting Group, las ganancias en la industria caerán un 11% durante el año en curso.
- Político: aunque sin homogeneidad y con presumibles conflictos en el mediano plazo, Washington logró afirmar el G-20, hecho que vale sobre todo por lo que evitó: el fortalecimiento hasta niveles insoportables para el imperialismo de polos globales alternativos, con conductas económicas y estrategias geopolíticas contrapuestas a las delineadas por el Departamento de Estado.
- Militar: en el período inmediato posterior al colapso económico, George Bush primero, luego Barack Obama, multiplicaron el dispositivo militar apuntado contra los países del Alba, con destaque en hechos indiscutibles: reactivación de la IVª Flota; instalación de siete bases militares estadounidenses en Colombia; acuerdos en el mismo sentido con Perú; firma de un acuerdo de defensa de Estados Unidos con Brasil (reemplaza al denunciado unilateralmente por Brasilia en 1977, durante la dictadura militar). El Departamento de Estado coronó estos éxitos, el 13 de abril, con una cumbre mundial donde impuso un “acuerdo nuclear”, que entre otras cosas pavimenta el camino hacia una guerra contra Irán. Inmediatamente después el jefe del Pentágono, Robert Gates, partió en gira hacia Perú, Colombia y Barbados, donde anudó compromisos militares con esos gobiernos.
¿Cómo explicar estas victorias del capital en el vórtice de su propia crisis? La respuesta reside en la rápida reacción política de las economías altamente desarrolladas frente al colapso económico mundial, que actuaron con más claridad táctica y mayor lucidez estratégica, en comparación con la conducta de los gobiernos de países de economías subdesarrolladas y dependientes. Las cúpulas imperiales supieron abroquelar fuerzas para afrontar un riesgo al que correctamente interpretaron como amenaza mortal. Para efectuar ese movimiento centrípeto no fue óbice la feroz lucha por el reparto de los mercados que fractura y enfrenta a los diferentes flancos de la burguesía imperialista.
Lo contrario ocurrió en las dirigencias del Sur: excepción hecha de los gobiernos del Alba, por regla general cada una buscó su salvación individual, dejó que primaran intereses de sus burguesías locales y asumió que la única posibilidad de recuperar el equilibrio consistía en religarse con los centros imperiales, de los cuales había tomado distancia en los años previos. En otras palabras: la crisis obró como imán para el capital y aventó una vez más las ilusiones sobre el carácter nacional de burguesías locales.

Otra fase

Todo el período simbólicamente iniciado en agosto de 2000, cuando el entonces presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso convocó a la primera reunión de mandatarios suramericanos, estuvo dominado por la necesidad de aquellas burguesías sometidas, obligadas a defenderse de la voracidad imperial y tomar distancia de las metrópolis para defender áreas mercantiles y proteger su parte en la absorción de la plusvalía regional. Eso acabó.
Como estas páginas registraron paso a paso, frente al colapso económico la Casa Blanca reaccionó buscando evitar la fuga de países que por peso económico o gravitación política pudieran constituir un polo alternativo. Transformó así el G-8 en G-20. Otra vez el palo y la zanahoria. Y otra vez el mismo reflejo condicionado: los gobiernos de Argentina y Brasil acudieron al llamado de George Bush en noviembre de 2008, sin siquiera convocar antes una reunión de Unasur para llevar a Washington una posición conjunta. India, China y otros tantos países hicieron lo mismo. Los poderosos habían ganado la primera batalla de la nueva guerra. Para que no hubiese dudas, Brasilia y Buenos Aires (y otros diez gobiernos similares) firmaron un documento conjunto con los jefes del mundo, donde se consignaba el acuerdo en las medidas para afrontar el colapso. Hubo después dos reuniones más, en Londres el 2 de abril de 2009 y en Pittsburgh el 24 de septiembre del mismo año. En cada una de ellas avanzó la recuperación del equilibrio imperialista, sobre la base de su estrategia, su programa de acción y sus instituciones. Es sabido que los acuerdos se firman para ser violados. ése puede ser el argumento pragmático para ciertos gobernantes. El caso es que el G-20 se prolonga ahora con un instrumento de inequívoco objetivo: el “acuerdo nuclear” (ver "La estrategia nuclear de Obama"). Al cabo de este maratón Ben Bernanke, titular de la Reserva Federal de Estados Unidos y cerebro de la operación de salvataje, hizo su balance: “A diferencia de los ‘30, las conducciones económicas en el mundo trabajaron sin parar para estabilizar el sistema financiero (...) Como resultado, si bien las consecuencias económicas de la crisis financiera han sido dolorosamente graves, el mundo se evitó un cataclismo aún peor, que hubiera igualado o superado al de la Gran Depresión”.
En efecto, se eludió el cataclismo inmediato, lo cual deriva en un momento político signado por el fortalecimiento coyuntural de los centros imperiales y un trance de confusión y eventual dispersión de un flanco en los países subordinados.

Dos caminos, no tres

Como contraparte insoslayable de la situación descripta, Unasur vio debilitado su impulso y los principales proyectos quedaron paralizados. La fuerza subterránea que impulsa a la convergencia, sin embargo, mantiene toda su potencia. Por eso, en otra resonante paradoja mientras esto ocurría iba tomando cuerpo un organismo de naturaleza semejante pero de mayor envergadura: la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que vería la luz en Cancún, en febrero último. Esto equivale a una OEA sin Estados Unidos y, de por sí, supone otra derrota estratégica del centro imperial. Como contrapartida, allí gravitará con peso incomparablemente mayor al que tiene en Unasur el bloque de gobiernos opuestos a la perspectiva socialista. Así de zigzagueante y contradictoria es la marcha en esta etapa de la historia. Así de firme y flexible estará obligada a ser una estrategia en función de la soberanía, la emancipación y la revolución social.
Si la Celac se consolida, Unasur carecerá de sentido. A la inversa, si Unasur no avanza en lo inmediato, estará comprometida la existencia misma de la Celac. La clave es fortalecer la dinámica de convergencia de la instancia suramericana, hoy amenazada por una multitud de conflictos entre los que sobresalen la instalación de bases militares en Colombia, los enfrentamientos en el Mercosur y la belicosa militancia del nuevo gobierno chileno.
Antes de conocer los resultados de la cumbre de Buenos Aires es posible prever que allí habrá aparecido con mayor relieve la estrategia del bloque formado por los gobiernos de Colombia, Chile y Perú, enfilada sin ambigüedades contra el proceso revolucionario anticapitalista que encarnan los gobiernos de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Las posiciones intermedias presumiblemente habrán sostenido la perspectiva unionista. Y no es improbable que hayan inclinado la balanza a favor de las posiciones antimperialistas. Pero en perspectiva no hay tres caminos. Esta aseveración se funda en dos razones principales:
- el cataclismo temido por Bernanke, según sus propias palabras, fue “esquivado”, pero en modo alguno resuelto: espera agazapado a la vuelta de la esquina;
- en América Latina las masas tienen ya una brújula que marca el rumbo de la revolución: el Alba.
Esos dos factores obrarán como una tenaza sobre las direcciones políticas vacilantes, centristas y reformistas. El estado mayor político materializado hoy en los países del Alba conquistará la conciencia y el corazón de las mayorías. No cabe duda acerca de esto, más allá de las sinuosidades que ese proceso entrañe. Queda la opción de sumarse a la revolución o asumir sin rodeos el programa político del G-20. Aquellos gobiernos que no estén dispuestos a lanzarse contra sus propios pueblos, pero tampoco resuelvan sumarse a una perspectiva revolucionaria, caerán como hojas secas. Esa dinámica ya está a la vista.

Continuidad de la crisis

Basta observar la superganancia de la banca mientras cae la producción industrial, y preguntarse de dónde salieron aquellos ingresos extraordinarios, para comprender que la crisis no sólo continúa, sino que se agrava sistemáticamente. Hay signos que alertan incluso sobre un nuevo estallido general, que podría ocurrir en el corto plazo. Sólo que, si bien es imposible prever su hora con exactitud, es seguro afirmar que esta vez no sucederá con centro en el ámbito financiero, sino en las columnas maestras del sistema: la producción industrial.
La caída en la ganancia de la industria tiene en su contrapartida el dato más importante: aumento incontenible de la desocupación, siempre con eje en los países centrales. La reducción de la demanda agregada global que esto presupone no tiene solución con créditos. Ni con obras públicas según la fórmula keynesiana. El terremoto europeo con epicentro circunstancial en Grecia, con réplicas día a día más alarmantes en España, Italia, Portugal e Irlanda, pone a la luz pública la incapacidad de Alemania y Francia para contrarrestar la fuerza subterránea que está minando la tambaleante estructura de la Unión Europea.
Así como los alquimistas de los centros financieros, con Bernanke a la cabeza, pudieron esquivar el colapso generalizado de la banca mundial, ministros de Economía de las grandes potencias pueden en teoría postergar un eventual estallido y ralentar la marcha hacia una depresión incomparablemente mayor que la de 1930. La ominosa ausencia del movimiento obrero en el escenario mundial les da ese margen. Es evidente sin embargo que no pueden resolver la crisis ni detener su inexorable dinámica. Por eso aparecen cada vez más los ministros de Defensa y los jefes militares del imperialismo como protagonistas.
Robert Gates, ministro de Defensa de la mayor potencia bélica, es el maestro de ceremonia. Firmó con su par brasileño Nelson Jobim un acuerdo de colaboración militar, mientras desde el Departamento de Estado se llevaba la presión al punto de que el secretario adjunto para el Hemisferio Occidental, Arturo Valenzuela, llegó a declarar desde Quito, el 5 de abril, que su gobierno “está tramitando” la instalación de una base militar en territorio brasileño, “para combatir el narcotráfico”. Cuatro días antes O’ Estado de São Paulo había anunciado que “Estados Unidos ha comenzado las negociaciones con el Gobierno brasileño para crear en Río de Janeiro una base para vigilar el tráfico de drogas en la región, similar a las existentes en Key West (Florida) y en Lisboa, Portugal”. Tal vez es necesario repetirlo: el principal diario brasileño anunció la creación de una base estadounidense en Río de Janeiro.
Hubo respuesta rápida: “No, no es cierto; no hay ninguna posibilidad de que haya una base militar estadounidense en Brasil”, dijo Marco Aurelio García, asesor de Lula. Todo se reduce a “un programa de cooperación”, agregó, antes de completar su idea: “Nosotros no tenemos doble discurso”. Con todo, está a la vista la presión de Washington y sus socios locales sobre el gobierno del PT. Y fuera de discusión el saldo de esa presión: un acuerdo de colaboración militar entre los gobiernos de Lula y Barack Obama.
ésa es la dinámica a la que Unasur debe poner freno, so pena de convertirse en una cáscara vacía. Al leer estas páginas, usted sabrá qué respuesta dio al dilema la cumbre de mandatarios en Buenos Aires.

Por Luis Bilbao
Para América XXI
24 de abril