martes, septiembre 08, 2009

UNASUR: el giro es hacia la izquierda

Sorpresas: el debate en Bariloche sobre la instalación de bases estadounidenses en Colombia terminó con un resultado inesperado: los gobiernos suramericanos dieron un paso sin precedentes en la historia al resolver que inspeccionarán las instalaciones desde donde el Pentágono opera en Colombia para determinar si se trata o no de bases militares y si constituyen o no una amenaza para los países de la región. Basta decirlo para comprender la magnitud y el sentido del giro que está operándose en América Latina. Y comprobar que ese desplazamiento ocurre, incluso, contra la voluntad de gobiernos que, de cara ante sus propias sociedades, no pueden sino responder aunque a regañadientes a los sentimientos más profundos de las mayorías. Uribe –es decir el gobierno de Washington– que fue a Bariloche a romper Unasur, quedó solo, descubierto y ridiculizado, catalizando en su figura el rechazo generalizado de América Latina a los designios imperialistas. En la primera quincena de septiembre los ministros de Defensa y Exteriores de Unasur se reunirán en Quito para decidir los pasos inmediatos.

Dos ejes principales de propaganda tiene la prensa mundial desde hace meses: la crisis del capitalismo ya está en franca recuperación y las masas populares giran a derecha en América Latina. Dichas y repetidas por medios y personalidades real o supuestamente respetables, estas patrañas acaban por ocupar un lugar en la conciencia de millones de personas. Incluso minan la certidumbre de muchos que piensan lo contrario. Porque ninguna gran mentira puede formularse sin un punto de apoyo en la verdad. El papel de la prensa, que debería separar una de otra y mostrar con objetividad cuál es la parte determinante, en la época del capitalismo decadente consiste en lo contrario. No obstante la realidad se impone. Deja anonadados y a menudo en ridículo a quienes se obstinan en negarla. Y exige replanteos drásticos de los presupuestos dominantes sobre los que se apoyan conclusiones del llamado “sentido común” y rigen la opinión de dirigentes e intelectuales. Ningún ejemplo mejor que lo ocurrido en la Cumbre extraordinaria de Unasur, realizada en Bariloche el pasado 28 de agosto. Allí, ante la perplejidad de la mayoría de los y las presidentes participantes, cuando el grueso de ellos trataba de morigerar el choque implícito en la negación rotunda a la instalación de siete bases militares estadounidenses en territorio colombiano, acabaron votando que enviarían una comisión investigadora de Unasur a la mismísima fuente de todo el poderío imperialista: sus plataformas para la guerra. Para colmo de las paradojas, quien puso la primera argumentación de un continuo vertiginoso que acabaría en esa decisión, fue el presidente peruano Alan García, único punto de apoyo con que contaba Álvaro Uribe, quien acorralado sólo atinó a pedir y repetir que para semejante tarea de inspección debería estar también la OEA. García apeló a ese recurso después de dos exposiciones letales para el acuerdo de los gobiernos colombiano y estadounidense, las de Hugo Chávez y Evo Morales, uno con la lectura de un documento que revela el sentido de la instalación de esas bases en Colombia, el otro con un discurso sólido como roca y emotivo al punto de conmover a quienquiera lo escuchara, centrado en un concepto: Unasur debe rechazar la instalación de esas Bases. Ambas intervenciones respondieron a la primera de la jornada, de Uribe, quien con su descarada solidez acostumbrada pareció más un oficial del Departamento de Estado que el presidente de Colombia. La táctica del dirigente socialdemócrata peruano era por demás simple: ante la imposibilidad de defender (téngase en cuenta, además, que la sesión estaba siendo televisada en directo y para todo el mundo) dispositivos militares de las características y proyecciones denunciadas por Chávez, quien leyó un documento oficial del Pentágono, optó por poner en cuestión el tipo de instalaciones y de armas que habría en ellos: si se trata –explicó– de aviones que incluso pueden llevar bombas atómicas, o súper radares capaces de interferir y controlar las comunicaciones de toda la región, entonces no; pero si sólo son mecanismos de ayuda a Colombia en la lucha contra el narcotráfico y el narcoterrorismo –subrayó García– entonces no hay razón para oponerse. Por un momento el presidente peruano quedó feliz con su discurso. De hecho, contaba con que la mayoría de los presentes, abrumada por la posibilidad de chocar de frente con Washington, aceptaría un criterio tan obvio e inocente: si la presencia estadounidense no afecta a nadie ¿cómo oponerse a ella sin incurrir en mengua de la soberanía colombiana? Para remarcar ese concepto, García no se ahorró un tramo brillante en su exposición explicando que el desarrollo de Unasur implica una disminución gradual de la soberanía de cada gobierno sobre su propio país, esbozando el futuro que inexorablemente espera a América Latina. El debate estaba resuelto: no hay por qué oponerse a las bases estadounidenses en Colombia, si éstas se limitan a luchar contra las guerrillas y el narcotráfico. Entusiasmado, probablemente no reparó en un detalle que no obstante él mismo afirmó: para distinguir entre uno y otro tipo de bases, hay que confirmar de qué se trata.

Correa al ataque

Luego vino el turno de Luiz Inácio da Silva. Incómodo, errático, Lula optó por explicar cuánto se había avanzado con Unasur, llamando a no autoflagelarse. Luego de la mitad de su intervención, sin embargo, no podía eludir la materia en cuestión y expresó los temores de Brasil frente a la instalación de bases militares en su frontera amazónica. Y chocó de frente con Uribe y García, aunque sin arribar a ninguna conclusión. Rafael Correa, en cambio, desplegó una batería argumental abrumadora para desmontar uno por uno los argumentos de Uribe. Antes, y en elegante gesto para eludir la ansiedad de la presidente Cristina Fernández por ocupar el centro de la escena, le cedió a la anfitriona el comando de la Cumbre, que le correspondía en su condición de presidente pro tempore de Unasur. Combinadas, las intervenciones de Chávez, Evo y Correa constituyen un alegato implacable que a la luz pública nadie puede contrarrestar sin exponerse como un portavoz de la Casa Blanca y defensor de un futuro de sometimiento y guerra para América Latina. Así, por cuarta vez en lo que va del año el Alba (Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América), se convierte en factor decisivo para el desarrollo y desenlace de una reunión internacional. Por eso los restantes presidentes quedaron entre la espada del Alba y la pared que involuntariamente les había levantado Alan García.

TV or not TV

Todo hubiese sido diferente si la reunión, como ocurre por norma, hubiese sido a puertas cerradas. Tres días antes de la Cumbre, el autor de esta nota había demandado, sin esperanzas, que la sesión fuera televisada, alegando la importancia trascendental del tema en debate y el hecho de que la opinión pública regional había sido deliberadamente desinformada y confundida (ver Qué se dirime en Bariloche; www.americaxxi.com.ve). Un pensamiento profundo de filósofos con inclinaciones reformistas, “los extremos se tocan”, podrá ser utilizado en este caso por quienes se opusieron a semejante idea. Porque nadie menos que Uribe lanzó esa misma exigencia un día antes de la Cumbre. Ocurre que los estrategas de la Casa Blanca le encomendaron que actuara como ariete para romper Unasur. Ellos o el discípulo (o acaso su canciller, cuya sofisticación intelectual salta a la vista), pensaron que la exposición pública inhibiría a un puñado de presidentes. Como se verá, Lula avaló con su conducta tal variante táctica. Como sea, lo cierto es que Uribe exigió que toda la sesión fuera transmitida, y ante la oposición de los gobiernos de Argentina y Brasil, no vaciló en salir de la sala y correr a la carpa donde estaba apiñada la prensa (centenares de corresponsales con la mitad de las sillas y el espacio necesario) para denunciar que se quería censurar a los medios. Si algo no se le puede negar a Uribe es su determinación militante, a menudo incluso brillante, para defender causas imposibles. Pero esta vez tuvo éxito. Las intervenciones de Michelle Bachelet y Cristina Fernández tomaron, en sustancia, la tesis de García. No lo hicieron explícita y formalmente. Era el camino lógico al que llevaba la decisión –ya mostrada en la cumbre de Quito, el 10 de agosto– de no condenar la instalación de siete bases militares en Colombia. Pero aunque con la misma ambigüedad del autor original, avanzaron por el camino por él esbozado: para dar confianza a los vecinos, Colombia debería permitir la inspección de las bases. Uribe, desencajado, repetía que no debía prescindir de la OEA. Ante la mirada del mundo, nadie podía hacer menos, si se parte de una certeza que ahora queda a la luz: las mayorías rechazarían frontalmente a gobernantes cómplices con las intenciones estadounidenses. Y lo mismo ocurriría con quien no defendiera la unidad de Unasur. Alertado de la dinámica que había puesto en movimiento, sin despedirse, García literalmente huyó de la Cumbre. Lula, a esa altura completamente desplazado del centro de la escena, estaba a punto de hacer lo mismo cuando Chávez, probablemente de manera inadvertida, le pidió a la presidencia de la Cumbre que apurara la sesión porque el mandatario brasileño se retiraría. Allí Lula tomó la palabra en un estado de iracundia nunca antes mostrado en público. Condenó la idea de televisar la sesión, sobrepasó todo sentido del equilibrio recriminando a Correa por haber demolido a Uribe y hacerle perder tiempo a los mandatarios, sostuvo que a “la gente le interesan las conclusiones, no los debates” y dijo sin rodeos que lo que más le preocupaba eran los titulares de prensa del día siguiente. Como si le faltase algo, llegó a proponer que Unasur fuera a la reunión del G-20 para conversar con Barack Obama. Con mesura, Correa explicó que la réplica a Uribe había sido su primera intervención (antes había hablado como presidente de Unasur y sólo para introducir la cumbre) y que a él, francamente, no le interesaban para nada los titulares del día siguiente, sino si se instalarían o no las bases en Colombia. Aparentemente, Uribe y sus asesores del Norte estaban saliéndose con la suya: Unasur se rompía.

El Alba en acción

En ese punto, coordinadamente o no –imposible saberlo– el Alba actuó como fuerza política dirigente: Correa, Evo y Chávez cedieron el centro de la escena a quienes afirmaban la negativa a condenar las bases proponiendo su inspección. Hubo un momento de sorpresa y malestar que probablemente se repitió en millones de telespectadores en el hemisferio: ¿para evitar la ruptura se aceptaban las bases? Nada de eso. El alineamiento de cada gobierno, a la luz pública, había sido concluyente. Todos menos el colombiano rechazaron la posibilidad de que hubiera bases del tipo que Chávez explicó con documentos oficiales estadounidenses. Pero una mayoría buscaba la tangente, sea para evitar la ruptura de Colombia con Unasur, sea para eludir un choque frontal con Estados Unidos. La jornada se había convertido en una escuela de formación política sin precedentes. Y la parte concluyente del galimatías aprobado como declaración final decidía la inspección de las Bases y una reunión urgente, en la primera quincena de septiembre, en Quito, para definir la composición del cuerpo de inspectores y el cronograma de trabajo. Sorprendería que Washington admita que se inspeccionen los lugares donde reside su ultima ratio. Pero si obliga a Uribe a negarse y a romper con Unasur, el mundo tendrá claro el hecho principal: Washington prepara desde Colombia la guerra contra América Latina. Y si alguien acompaña a Uribe en la ruptura de Unasur, sólo estará cavando su tumba política. Es más de lo que podía esperarse. Resta seguir paso a paso la reunión de Quito y las reacciones de la Casa Blanca y Bogotá. Y valorar en toda su dimensión dos propuestas de enorme trascendencia: Evo sostuvo la necesidad de hacer un referendo suramericano para decidir si la ciudadanía quiere o no Bases estadounidenses en su territorio; y Chávez apuntó al corazón del problema: bregar por la paz en Colombia. Democracia y paz. ¿Quién se apartará de esas consignas? ¿Quién podrá sostener que sus defensores son dictadores, monstruos totalitarios que amenazan a América Latina? Más relevante aún: ¿quién podrá sostener, con algún apego a la verdad, con el mínimo de respaldo científico, que América Latina está girando a la derecha? La conducta de gobiernos contrarios a la propuesta estratégica de cortar toda sujeción al imperialismo y avanzar en la transición al socialismo confunde a millones, provoca rechazo masivo y desemboca en desplazamientos electorales circunstancialmente favorables a la derecha. Pero a contramano de tales conducciones, está a la vista que la región avanza, lenta, sinuosa pero inexorablemente, en el sentido inverso. La batalla de Bariloche no podía resolver lo que sólo puede hacerse con la extensión de los principios y las realizaciones del Alba a toda América Latina. El fin de la diplomacia secreta –desde siempre instrumento clave de las clases dominantes– es una palanca fundamental para alcanzar ese objetivo, que sólo encarnará cuando cientos de millones lo comprendan. El Partido dos Trabalhadores hará una enorme contribución si consigue explicárselo a Lula. Los sindicatos, partidos, asociaciones y movimientos sociales, tienen no obstante un camino presumiblemente arduo para asumir y expandir la nueva realidad latinoamericana, con el Alba a la vanguardia.


Por Luis Bilbao