lunes, abril 21, 2008

No se trata solo de dinero



La aritmética es conclusiva: “Cuando son falsas las premisas, son falsas las respuestas”. Así ocurre con las apelaciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial para paliar la crisis que golpea a los países pobres, con motivo del encarecimiento de los alimentos; fenómeno que obedece a la aplicación de políticas santificadas por ellos y que provocan las turbulencias que sacuden a la economía, el comercio y las finanzas internacionales.
El encarecimiento de los alimentos no ocurre porque haya mermado la producción o crecido la demanda, debido a que la gente tenga más apetito o porque los chinos y los indios consuman más, sino por la aplicación de políticas que, sin tomar en cuenta consideraciones humanas y morales, desvían parte de la producción para la producción de agrocombustibles generando tensiones evitables. A ello se suma la elevación del precio del petróleo y devaluación del dólar. Cualquier análisis debe partir del hecho de que prácticamente toda la producción mundial de alimentos destinados a la exportación se encuentra en manos de unas pocas transnacionales y que los países pobres, plagados de realidades históricas y deformaciones estructurales que les impiden un desempeño económico exitoso, están ubicados en los trópicos en los que la producción de cereales no existe o no es económicamente viable, cosa que obstaculiza el fomento de la ganadería y la avicultura nacional sustentables y en los que la opción del autoabastecimiento no existe. La combinación es letal
A todo eso se añade que por sus magras exportaciones, los países pobres reciben dólares que se devalúan por día, haciendo que su capacidad de compra se desplome y aun los pocos países que exportan en cantidades considerables, destinan parte de sus ingresos al pago de deudas o a engrosar sus reservas internacionales, también en dólares, que por añadidura caen en poder de los respectivos bancos centrales, que funcionan según las reglas de la Reserva Federal de Estados Unidos y del Banco Mundial. Se trata de una noria salvaje que obliga a los países pobres a, con papeles que cada vez valen menos, comprar alimentos y petróleo cada vez más caros.
Según los razonamientos técnicos del FMI y del Banco Mundial, las reglas son las mismas para todos, cosa que no es verdad. Los países pobres siempre pierden, entre otras cosas porque sus gobiernos oligárquicos algunos sometidos y comprometidos otros, e incompetentes muchos, en lugar de asumir posiciones firmes, se pliegan al dictak extranjero, incluso algunos países que pudieran ser muy fuertes, como México, en lugar de encabezar la resistencia se pliegan.
Por otra parte, pese a sus enfoques neoliberales, por razones prácticas, los gobiernos de los países desarrollados procuran encontrar formulas que eviten el deterioro de los niveles de vida de su población y les permitan mantener la paz social, alcanzada al haber integrado a las clases medias y a los trabajadores al sistema. Para esos sectores, la crisis alimentaría es una referencia o, cuando más, el deterioro de ciertos indicadores pero no el hambre humillante y letal que se abate sobre los países pobres.
Para los empresarios norteamericanos, europeos, canadienses y australianos que producen alimentos para ganar dinero, es mejor negocio vender su mercancía a buenos precios a quienes, en sus propios países, producen etanol o biodiesel, que exportarla a Burkina Faso o Bangla Desh con los riesgos que ello implica.
Con todo y su carácter opresivo, el régimen feudal contenía elementos de humanismo, uno de ellos era la figura jurídica del “hurto famélico”, según la cual, quien roba pan porque tiene hambre podía alegar atenuantes e incluso ser exonerado. Al llegar al poder, la burguesía suprimió semejante anomalía. El hambre es suya y el pan es mío y la libertad de empresa es tan sagrada como la propiedad.
El FMI y el Banco Mundial, no son organizaciones caritativas, sino clubes de banqueros donde sólo se habla de dinero. Tales instituciones son parte del problema y no parte de la solución.
El mundo produce alimentos de calidad en cantidades suficientes para todos los habitantes del planeta. La mala noticia es que son mercancías y, mientras se trate de dinero, no hay solución para los pobres o tal vez si. La opción es cambiar las reglas.

Por Jorge Gómez Barata. (Profesor, investigador y periodista cubano, autor de numerosos estudios sobre EEUU).

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