martes, febrero 09, 2010
La derecha chilena capitalizó el desgaste del oficialismo
Consecuencias: el multimillonario Sebastián Piñera obtuvo tres puntos de ventaja sobre el oficialista, Eduardo Frei. La paridad de fuerzas legislativas y el temor a mayores conflictos sociales obligaron al presidente electo a aclarar que no será de derecha y que el cambio de timón será moderado. El cobre estatal, las empresas propias y las relaciones con Venezuela ocuparon las polémicas primeras 48 horas de Piñera.
Cualquier desprevenido caería en una trampa: al próximo presidente de Chile le gustan Violeta Parra y Los Prisioneros; simpatiza con la Democracia Cristiana; en 1988 votó contra la dictadura de Augusto Pinochet; promete castigo para los delitos de lesa humanidad y sostiene que la integración de América Latina debe ir más allá de lo comercial. Pero la realidad no es lo que parece: Sebastián Piñera Echenique no representará a la izquierda chilena. Ni siquiera a la Concertación, la alianza que gobernó el país en los últimos 20 años. El futuro mandatario llega al gobierno como líder de una alianza de derecha que nuclea a las autodefinidas “nuevas generaciones” de la derecha tradicional con ultraconservadores pinochetistas. Piñera alcanzó el 51,61% de los votos en la segunda vuelta electoral celebrada el 17 de enero y le permitió a la derecha chilena retornar al poder y ganar la primera elección de la era pos Pinochet con el dictador ya muerto. La vencedora Coalición por el Cambio agrupa a los partidos Renovación Nacional y Unión Demócrata Independiente. Una encuesta de la consultora Mori reveló en la semana de la elección que la mayor parte de los votantes de Piñera defienden el régimen de Augusto Pinochet y a él lo identifican como “francamente conservador” con una puntuación de 8,9 en una escala en la que 10 es la extrema derecha. A partir del 11 de marzo, el multimillonario, doctor en Economía por la Universidad de Harvard, estará al frente de un Poder Ejecutivo que deberá lidiar con un Legislativo de difícil equilibrio numérico, político e ideológico. La Concertación tendrá 19 asientos contra 16 en el Senado. En Diputados la derecha tendrá 58 escaños, contra 54 de la Concertación. Pero habrá que sumar en el bloque opositor a tres diputados comunistas. Otros cinco legisladores –tres del Partido Regionalista y dos independientes– muy probablemente se sumen a las filas derechistas. Esta paridad de fuerzas legislativas lleva a estimar que el cambio de timón en el Ejecutivo será moderado o, en todo caso, negociado. Más aún, uno de los economistas cercanos a Piñera, Cristián Larroulet, declaró a los medios chilenos que su gobierno “no será de derecha”.
Lo que fue y lo que será
La derrota golpeó duro en la Concertación. Aquella misma noche de la elección, más de medio centenar de jóvenes ocuparon la sede de la Democracia Cristiana para exigir la renuncia de los jefes de esa agrupación y del Partido Socialista, los socios principales de la alianza. Los manifestantes –y buena parte de la población, según encuestas previas a la elección– achacan a la dirigencia que priorizó acuerdos de cúpula antes que la participación de las bases en la toma de decisiones. Ese descontento motorizó la figura de dos candidatos presidenciales escindidos del oficialismo: Marco Enríquez Ominami y Jorge Arrate, quienes lograron 20 y 6% de los votos, respectivamente, en la primera vuelta electoral. Pese a todo, en Chile se le reconoce ampliamente a la ahora derrotada Concertación de Partidos por la Democracia, haber garantizado una compleja transición institucional, política y económica tras la caída del régimen de facto de Pinochet. Si bien la economía se basó en el modelo liberal de la dictadura, con férreo control fiscal, flexibilización laboral y alta desigualdad en el reparto de la riqueza, se lograron una fuerte reducción de la pobreza y otros avances sociales dentro de un modelo de gestión basado en la Constitución Nacional dictada por Pinochet. Según cifras oficiales, el ingreso per cápita de los chilenos pasó de 4.542 a 14.299 dólares en los últimos 20 años; la proporción de pobres bajó desde un 38% en 1990 a un 13% en 2008, la mortalidad infantil bajó de 19 a seis decesos por cada mil nacidos y el déficit de vivienda se redujo desde el 17 al 3% de las familias. Pero ahora el desafío es cómo ser oposición de un gobierno que promete ser moderado, mantener y ampliar los planes sociales vigentes, no amnistiar a los asesinos de la última dictadura y eliminar la pobreza extrema. Es cierto que Piñera no prometió erradicar el modelo educativo de la dictadura, con poca injerencia del Estado Nacional y con fuerte presencia de los capitales privados. Tampoco habló de mejorar los salarios y las precarias condiciones de trabajo de millones de chilenos. Jamás planteó democracia participativa o abrir el debate a sindicatos, organizaciones estudiantiles y agrupaciones ciudadanas. Pero no es menos cierto que tampoco Frei hizo promesas de este calibre. Varios analistas aventuran que algunos legisladores del ala más derechista de la Concertación (mayoritariamente inserta en la Democracia Cristiana) trabajarán en consonancia con el gobierno de Piñera, mientras que los más progresistas (un sector del Partido Socialista y grupos de izquierda escindidos de la Concertación) construirán un espacio capaz de atender las nuevas demandas sociales. Dicho de otra manera, la Concertación quedó en riesgo de colapso de la misma manera que lo está, internamente, cada uno de los partidos que la integran. La llegada de la derecha al gobierno exasperó los ánimos de sectores sociales que ya habían ganado la calle durante el gobierno de Michelle Bachelet. La Central Unitaria de Trabajadores (CUT), emitió un alerta público: “Los empresarios llegaron al gobierno (…) el diálogo y la movilización marcarán la relación”, dijo Arturo Martínez, presidente de la principal organización sindical chilena. También organismos de derechos humanos, sindicatos mineros, estudiantes y docentes –muchos de estos sectores también críticos de la Concertación– coincidieron en que la llegada de la derecha al gobierno es una mala noticia y que la movilización popular será el camino para alcanzar las reivindicaciones demoradas o para frenar un retroceso de lo poco o mucho logrado en 20 años de Concertación.
Relación con los vecinos
En política exterior, las primeras declaraciones de Piñera –ofreció una conferencia a medios de prensa extranjeros– van de lo ambiguo a la confrontación. Opinó que “la integración no significa sólo intercambio de bienes, sino también cooperación política y cultural, e ir abriendo nuestras fronteras”. Pero también consideró que “prácticamente todos los países de América Latina, con excepción de Cuba, se reencontraron con su democracia en la década de los años 1980 o 1990”. El multimillonario cuestionó a La Habana pese a que el presidente de la Asamblea Nacional cubana, Ricardo Alarcón, lo había felicitado por su “victoria clara y neta”. Piñera dijo que él visualiza “dos grandes caminos en América Latina: uno es el que lideran países como Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y tal vez otros, y otro es el que lideran países como México, Brasil, Colombia, Perú y Chile”. Prometió un trato preferencial con los vecinos de Chile: Bolivia y Perú, naciones con las que su país tiene pendientes de resolución conflictos históricos, y con Argentina, “aunque no comparto muchas de las políticas que aplica el gobierno argentino”, aclaró. En la misma conferencia, el próximo presidente de Chile cuestionó al mandatario de Venezuela, Hugo Chávez, “por la forma en que practica la democracia, por el modelo económico y por la forma en que maneja los temas públicos”. Pocas horas después, el presidente bolivariano pidió a Piñera “que se ocupe de resolver los problemas de su país y no se meta con Venezuela”. Aún así, Chávez se resignó: “es imposible que un empresario muy rico esté de acuerdo con una Revolución Socialista”. Si Piñera acepta la invitación de la presidente Bachelet, su debut internacional como mandatario electo será en la Cumbre del Grupo de Río, el 21 de febrero en Cancún, en la que Chile recibirá la presidencia pro témpore. Los ataques de Piñera a Venezuela y Cuba, apenas después de haber sido electo presidente de Chile pusieron incómodo al gobierno de Bachelet. El canciller, Mariano Fernández, le recomendó que “empiece a dar opiniones sobre temas internacionales una vez que esté instalado” en el Ejecutivo.
Desde Buenos Aires, Adrián Fernández
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